Visnaga, una de las especies utilizadas en el estudio a partir de la cual se aislaron compuestos herbicidas.
Lo afirma el ingeniero forestal Gustavo Sosa, fundador de Inbioar, que desarrolla herbicidas naturales.
A modo de presentación y cuando se le pregunta por su actividad actual, el ingeniero forestal Gustavo Sosa lanza una respuesta que desconcierta: “Junto plantas en las banquinas”.
Y no es broma: desde hace más de una década, Sosa se dedica a estudiar especies vegetales que crecen en medios inhóspitos en busca de herbicidas naturales que puedan ser utilizados en cultivos orgánicos. Acaba de presentar una solicitud de patente en los Estados Unidos y está en conversaciones con una firma japonesa para transferir uno de sus desarrollos.
Doctorado en biología molecular en Rosario, Sosa volvió a la Argentina en 2000 después de haber trabajado dos años en los Estados Unidos. “Allá aprendí lo que era el venture capital [capital de riesgo] y me resultó muy interesante –comenta–. Regresé con la idea de emprender proyectos de transferencia. El avión venía vacío. Fue una época muy dura. Armar un proyecto global es muy difícil, pero cuando uno abandona la zona de confort surgen fortalezas que uno no sabía que tenía.”
Su historia es singular. Después de fundar una compañía de investigación y desarrollo llamada Inbioar, se dedicó a juntar miles de plantas que crecían en las banquinas, fundamentalmente del Norte del país. “Con permiso de la repartición de Flora y Fauna de cada provincia, nos internábamos por caminos abandonados, de zonas secas, con suelos pobres y alta irradiación solar, particularmente después de las sequías”, cuenta.
¿Por qué de las banquinas? “Porque ahí la flora compite desde hace millones de años con otras plantas y con el suelo sin que nadie les preste atención. Uno se pregunta porqué esas plantas crecieron a mayor velocidad y más que otras. Mi hipótesis –especula– es que liberan al medio ambiente una sustancia que hace que otras no lo colonicen, un herbicida selectivo.”
Para poder ocupar tan profusamente una superficie, pensaron Sosa y sus colegas, “algo” tenían que tener. De modo que cada vez que llegaban a un lugar, tomaban una muestra, separaban los tallos, las hojas y las flores. Incluso tomaban muestras del suelo.
Así, reunieron 2400 plantas de unas 900 especies, y empezaron a hacer estudios bioquímicos.
“Fuimos aprendiendo sobre la marcha –destaca–. Vimos que la misma planta, si crece en distintos lugares, produce distinto efecto fitotóxico.”
Aplicaban un extracto acuoso (algo así como un caldo de la planta) y lo probaban en una semilla sensible, como la lechuga, que es un modelo de rutina. Si tenía efecto, pasaban a probar extractos de muy bajas concentraciones en granos y después en malezas.
De las 2400, seleccionaron alrededor de 20, entre las cuales una decena eran muy promisorias. En 2014, en un trabajo presentado al congreso de de la Sociedad Argentina de Investigación Bioquímica y Biología Molecular, María Lucía Travaini, I. García Labari, N. Carrillo, E. Ceccarelli, J. Girardini, y el propio Sosa detallaban así el resultado de sus exploraciones. “Se prepararon 804 extractos y 184 inhibieron en un 100% la germinación de lechuga: 98 fueron obtenidos de plantas de Santiago del Estero, 32 de Córdoba y San Luis, y 54, de especies medicinales –escribían–. En cuanto a la distribución de los extractos con actividad inhibitoria, la mayoría se obtuvieron de las hojas (52%), seguidos por tallos (14%) y flores (12%). Entre los extractos utilizados en especies importantes para la agricultura, 23 se destacaron por su selectividad o agresividad.”
El proyecto siguió avanzando y, tras firmar un acuerdo con el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), Travaini, que estaba haciendo su tesis de doctorado, viajó a purificar dos compuestos.
“Hicimos estudios en invernadero y los aplicamos en hojas –explica Sosa–. Comparado con otro herbicida de uso comercial, el ácido pelargónico, resultaron muy potentes.”
El paso siguiente fue presentar una solicitud de patente para el extracto herbicida de Ammi visnaga junto con el USDA, un trámite que se completó en diciembre del año pasado. En este momento, los científicos están haciendo los últimos experimentos para saber cuánto principio activo se puede extraer de las hojas y ya hay una compañía japonesa interesada en el desarrollo.
La visnaga crece espontáneamente en Santiago del Estero. La idea de Sosa y sus socios es alquilar o comprar terrenos donde puedan cultivarlas de forma natural.
“Crecen solas, sin fertilizante, sin herbicidas, sin nada –subraya el investigador–. Es un recurso florístico de la provincia que está «durmiendo la siesta». Nuestra idea es avanzar en el campo de los cultivos orgánicos, pero más adelante, con ésta u otra molécula, llegar a reemplazar los herbicidas químicos de cultivos extensivos, como la soja, el trigo, el girasol o el maíz.”
Sosa apuesta a que su visión se multiplique en un sinnúmero de aplicaciones, y que bosques y terrenos vírgenes empiecen a ser considerados como bancos de moléculas valiosas.
“Nosotros encontramos Pinitol en el algarrobo blanco –cuenta–. En 2007 lo patentamos como herbicida, pero también se utiliza como suplemento dietario, porque en los pacientes resistentes a la insulina aumenta el ingreso de glucosa y de proteína al músculo. Los chacareros dicen: «Cuando los algarrobos florecen mucho, las vacas engordan». No me sorprende: ¡si cuando están comiendo las vainas del algarrobo es como si estuvieran comiendo insulina! Entonces, pienso, si iniciáramos la explotación de una hectárea de algarrobo blanco, a 500 kg por hectárea de vainas de algarrobo, sin riego, sin fertilizantes, sin nada, extrayendo el Pinitol rendiría 100.000 dólares por hectárea por año. No hay cultivo que le haga sombra. Y sin embargo…”
Asociado con un empresario santafesino que financió gran parte de la investigación, ahora Sosa y su grupo están estudiando cuál es la menor cantidad de hoja que se puede usar para obtener la mayor cantidad de líquido herbicida.
“Hicimos un esfuerzo enorme por purificar un principio activo, pero nos estamos dando cuenta de que el jugo de la planta, aplicado como herbicida, es incluso mejor –explica–.
Ya sabemos que se usa directamente y la concentración a la que funciona. Ahora tenemos que optimizar el método. Para este verano seguramente vamos a hacer ya un escalado y le daremos unos bidones al INTA para que haga pruebas en distintas parcelas.”
A diferencia de los herbicidas de rutina, un producto de estas características tiene varias ventajas para el medio ambiente. “No es solamente que uno aplica en el campo un producto biodegradable, sino ambién que el residuo de la producción de este herbicida no es tóxico: son hojas secas”, concluye Sosa.
Fuente: La Nación
https://www.lanacion.com.ar/sociedad/el-campo-es-un-banco-de-moleculas-valiosas-nid1912875/
Por: Nora Bär